17 de noviembre de 2010

Los 100 días de Santos


Por: Pedro Medellín 15 de Noviembre del 2010

TOMADO DE: WWW.eltiempo.com

Pedro Medellín

La alta aceptación de la gestión de Juan Manuel Santos en sus primeros 100 días de gobierno, tienen su razón de ser

'El país está sorprendido con Santos', tituló EL TIEMPO en la apertura de su edición dominical. Y esa parece ser la percepción generalizada. O, por lo menos, es lo que reflejan los elevados niveles de aceptación de la gestión presidencial de Juan Manuel Santos, que, en los primeros cien días de gobierno, superan los mejores registros obtenidos por su antecesor, Álvaro Uribe, no solo en el mismo periodo, sino en sus ocho años de presidencia.

Pero la sorpresa no proviene del hecho de que Santos haya puesto en marcha el más ambicioso plan de desarrollo; tampoco, de haber dado el golpe que terminó con la vida del 'Mono Jojoy' (en ese momento, su popularidad ya estaba cercana al 80 por ciento); ni siquiera por las diferencias con Uribe cuando se esperaba continuidad.

En los primeros 100 días de gobierno, la sorpresa proviene -más bien- de un conjunto de hechos políticos, provocado por las decisiones del nuevo Presidente. Primero, fue la conformación de un gabinete de ministros con peso político, alto perfil técnico y autonomía de vuelo; luego, la decisión de reunirse con las cortes y el anuncio de que ningún funcionario del Gobierno cuestionará los fallos judiciales; después, la formalización del acuerdo partidista de la Unidad Nacional, y, finalmente, el restablecimiento de las relaciones con los países vecinos, con los que logró acuerdos de cooperación. Estos hechos no deberían sorprender a nadie. ¿Acaso no se debe esperar que un Presidente nombre un buen equipo de ministros? ¿No es normal que respete la independencia de poderes? ¿Que busque un acuerdo que le garantice la gobernabilidad? ¿O que tenga buenas relaciones con sus vecinos?

En una democracia normal, es lo mínimo que se le pide a un gobernante. Pero en Colombia, no. La razón es simple: en los últimos 8 años se bajaron los estándares de exigencia. El país se acostumbró a una anomalía política e institucional en la que el poder personal del Presidente (y su familia) está en todas partes, decide todo y sus peleas se tramitan institucionalmente.

Esas anomalías que heredó Santos son de tal magnitud, que el solo hecho de tomar estas decisiones ya implicaba un cambio sustantivo: el de restablecer la institucionalidad política en el ejercicio de gobierno, en los partidos políticos y en las relaciones con los demás poderes públicos.

La integración de un gabinete de ministros (independiente de Uribe), además de sacar la gestión gubernamental de la Casa de Nariño (y devolverles el peso institucional a los ministerios), marcó una distancia fuerte de Santos frente a los partidos políticos. Los ministros son del Presidente. Tienen una adscripción partidista, pero lo representan a él y a nadie más. En las relaciones con los demás poderes, Santos ha sabido mantener un juego de reinstitucionalización política. Y con relación a los partidos políticos, el tratamiento que les ha dado es el de miembros de una coalición que apoya al Gobierno, pero que no gobierna.

Esas determinaciones marcarían lo que hasta ahora va siendo un gobierno que ha tenido la sensibilidad para tomarlas en el momento justo. La decisión de intervenir entidades controladas o interferidas por grupos mafiosos o paramilitares es consistente con el cambio de la terna de candidatos a Fiscal General de la Nación. Santos no solo supo entender la inviabilidad de la terna de Uribe en la Corte, sino también los problemas de legitimidad que tendría un Fiscal General escogido de una terna uribista para enfrentar las ollas de corrupción de esa administración que se han destapado.

Desde el punto de vista de las políticas, apenas el Gobierno está marcando el terreno. Son 100 días de hechos políticos, pero no de políticas públicas. Habrá que esperar a que ponga esas cartas sobre la mesa. Van a ser las que de veras definan el futuro del país.



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